Parte 19.2: LAS RIQUEZAS, LA GRACIA Y LA GLORIA DE DIOS – CONTINUACIÓN

07/09/2025

Parte 19.2: LAS RIQUEZAS, LA GRACIA Y LA GLORIA DE DIOS – CONTINUACIÓN

En esta parte de nuestro estudio, continuamos con “Las riquezas, la gracia y la gloria de Dios” (Romanos 9:14-23), un pasaje que desafía nuestra comprensión de la justicia y la soberanía de Dios. Romanos 9 nos recuerda que Dios está en el trono, conoce todas las cosas y tiene control absoluto, mientras nuestra perspectiva es limitada. Muchas veces creemos saberlo todo, pero la realidad es que la salvación no depende de nuestra etnia, nuestras obras o méritos, sino únicamente de la elección soberana de Dios. Pablo nos plantea una pregunta clave: ¿es Dios injusto? La respuesta es clara: de ningún modo. Nuestra idea humana de justicia se basa en la equidad, pero Dios actúa con justicia y misericordia al mismo tiempo. Todos nacemos bajo pecado y merecemos su juicio, pero Él, en su gracia, extiende misericordia a quienes no la merecen. Su soberanía en la salvación nos muestra que no dependemos de nosotros mismos, sino de su misericordia y su plan perfecto.

  1.  Pregunta central: ¿es Dios injusto? (v.14)
    • La pregunta que surge es: ¿Es Dios injusto al escoger a quién mostrar misericordia?
    • Pablo responde inmediatamente: De ningún modo. Dios es Dios. Dios es soberano y su plan perfecto no depende de nuestra etnia, obras o méritos.
    • La actitud detrás de la pregunta refleja la tendencia humana de juzgar la justicia de Dios según nuestros estándares limitados, pero la verdadera justicia pertenece a Dios.
  2. Justicia:
    • Como seres humanos, nuestra idea de justicia se basa en equidad: “igual para todos”.
    • Pero Dios nos muestra que todos somos igualmente pecadores y nacemos bajo su ira.
    • Si Él aplicara solo justicia, nadie podría ser salvo; nuestra condición nos hace merecedores de juicio, no de gracia.
  3. Misericordia:
    • Dios actúa con misericordia, extendiendo gracia a quienes no la merecen.
    • La salvación no depende de nuestras obras ni de nuestro esfuerzo, sino únicamente de la soberanía de Dios.
    • Quien recibe misericordia no lo hace por derecho propio, sino porque Dios decidió mostrar compasión, antes de que hiciéramos algo bueno o malo.
    • Esta misericordia es soberana y no depende de nuestros méritos; aunque podemos decidir aceptar su gracia, es Él quien la ofrece primero

Dios combina justicia y misericordia en perfecta armonía: su justicia revela nuestra verdadera condición de pecado y nuestra total incapacidad de salvarnos por nosotros mismos, mientras que su misericordia nos ofrece una salvación que no merecemos. Lo que nos debe sorprender no es que seamos pecadores, sino que Dios, en su gracia, haya decidido extender misericordia a algunos, rescatándonos de la desesperación de nuestra naturaleza caída. Esta elección no depende de nuestras obras, méritos ni esfuerzos, sino únicamente de la soberanía de Dios. Al comprender nuestra desesperante necesidad y la grandeza de su misericordia, crecemos en asombro y gratitud por la sublime gracia que nos fue otorgada a través de Jesucristo, quien tomó sobre sí nuestro castigo y nos abrió el camino hacia la vida eterna.

Romanos 9 nos confronta con una realidad que muchas veces nos incomoda: no somos nosotros quienes definimos la justicia de Dios, ni podemos comprender plenamente su soberanía. Nos recuerda que todos nacemos bajo pecado y merecemos su juicio, pero también que Dios, en su misericordia, ha elegido salvar a quienes no merecíamos ser salvados. Esto nos invita a mirar nuestra vida con humildad, reconociendo que nuestra salvación no depende de lo que hacemos, sino de la gracia de Dios. Cada acto de misericordia que Él extiende es un recordatorio de su amor infinito y de nuestra total dependencia de Él. La reflexión nos lleva a agradecer profundamente, a confiar en su soberanía y a vivir conscientes de que la justicia y la misericordia de Dios no son opuestas, sino que se encuentran perfectamente unidas en su plan perfecto de redención.

DESAFÍOS Y APLICACIONES

  1. Reconocer nuestra limitada comprensión de la justicia y soberanía de Dios, dejando de juzgar sus decisiones según nuestros criterios humanos.
  2. Aceptar que nuestra salvación no depende de nuestras obras, méritos o posición, sino únicamente de la misericordia soberana de Dios.
  3. Vivir con humildad, reconociendo nuestra naturaleza pecadora y nuestra total dependencia de la gracia divina.

Afrontar la realidad de que Dios actúa según su propósito y no necesariamente según nuestras expectativas de equidad.