UN ESTUDIO DEL LIBRO DE ROMANOS: «TODO LO QUE NECESITAS SABER SOBRE LA VIDA CRISTIANA Y ALGO MÁS», Parte 3- Falsas Soluciones al Problema
La ira de Dios no es como la ira humana. Aunque es paciente, aborrece el pecado; a pesar de ello, permite que la humanidad siga su propio camino, incluso cuando lo rechaza.
En su carta, Pablo se dirige tanto a judíos cristianos como a gentiles. Los judíos, al ser religiosos y legalistas, se consideraban moralmente superiores, mientras que los gentiles, que habían vivido alejados de Dios, ahora estaban comenzando a conocerlo.
Se nos advierte que la humanidad no tiene excusa para ignorar a Dios, pues su existencia ha sido revelada a través de su creación y, además, nuestra conciencia nos guía para discernir entre el bien y el mal.
1. Juzgarnos los unos a los otros
Evaluarnos y juzgarnos mutuamente es un comportamiento habitual en la naturaleza humana, pero trae consigo importantes consecuencias. Muchas veces al criticar a otros, nos basamos en criterios superficiales y prejuicios, lo que puede derivar en críticas destructivas y una notable falta de empatía.
En Mateo 7, 1-5, Jesús nos aconseja actuar con prudencia al emitir juicios sobre los demás. Antes de señalar las faltas ajenas, es esencial que examinemos nuestras propias debilidades, fomentando así la humildad y evitando conflictos en nuestras relaciones.
Asimismo, en Romanos 2,16, Pablo nos recuerda que Dios juzgará incluso los aspectos más ocultos de nuestra vida. Considerarse superior a otros, como se observa en ciertas actitudes de algunos judíos, denota una autosuficiencia que a Dios le resulta despreciable e indigno. Creer que somos mejores que los demás revela un corazón lleno de orgullo, lo que nos impide alcanzar la justificación. Dios critica a quienes, pese a mostrar una imagen de rectitud en el exterior, ocultan en su interior orgullo, arrogancia y pecados, los denomina «sepulcros vacíos». Pablo enfatiza que no basta con ser una persona religiosa o ser considerada ejemplar, ya que sin la presencia de Jesús en nuestra vida, no alcanzaremos la verdadera justificación. Mateo también advierte que, aunque muchos lo llamen Señor, Jesús les dirá «apártate de mí, porque nunca te conocí». Solo a través del evangelio somos justificados.
2. La justificación por la ley
Algunas personas creen que pueden ser justificadas mediante el cumplimiento de la ley, pero este concepto es erróneo. La salvación no se obtiene a través de la ley, sino únicamente mediante la fe en Cristo. El evangelio es esencial para nuestra redención, pues la ley, en lugar de salvarnos, nos sirve como guía que nos conduce a reconocer nuestra necesidad de un salvador.
Escuchar la ley no es suficiente; cumplirla perfectamente sería la única forma de justificación por ella, lo cual es humanamente imposible. Solo el poder del evangelio de Jesucristo nos puede justificar.
En Romanos 2, 12, se nos advierte que quienes han pecado bajo la ley serán juzgados por ella. Santiago enfatiza que si fallamos en un solo punto de la ley, somos culpables de quebrantarla en su totalidad. Si elegimos ser juzgados por la ley, nunca podremos alcanzar la salvación.
Gálatas 3, 24-25 nos explica que la ley fue establecida como un guía para llevarnos a Cristo, mostrándonos el estándar de Dios y nuestra necesidad de un salvador. Romanos 2, 13 aclara que no basta con ser oidores de la ley, sino que solo aquellos que la cumplen serán justificados. Sin embargo, cumplirla perfectamente es imposible para nosotros.
No podemos alcanzar la salvación por nuestras propias obras ni por ser «buenas personas». Pablo deja claro que la verdadera justificación proviene únicamente de la transformación que opera el evangelio en nuestras vidas.
3. La justificación por el estatus religioso
Los judíos se sentían orgullosos de su identidad religiosa, al punto de considerar que su condición de circuncidados y su elección como pueblo de Dios les garantizaba la salvación. Creían que haber recibido el Antiguo Testamento les aseguraba el favor divino. Sin embargo, cuando Jesús, también judío, se presentó como el Mesías prometido, su religiosidad les impidió reconocerlo. En lugar de aceptarlo, lo rechazaron y pidieron al Imperio Romano que lo crucificara, sin darse cuenta de que la salvación que tanto esperaban estaba frente a ellos.
La humanidad no tiene excusas para no reconocer a Dios, pues su verdad ha sido revelada tanto en la creación como en nuestra conciencia. No podemos justificarnos por la ley, el estatus religioso o la autopercepción de superioridad moral. Solo el evangelio de Cristo ofrece la verdadera justificación y salvación. Jesús es el único camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6), y sin Él, no hay esperanza.
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