LOS TIEMPOS DE DIOS / EL TIEMPO DE LOS HOMBRES Salmos 106:48)
Los tiempos de Dios / el tiempo de los hombres (Salmos 106:48)
Dios existe desde la eternidad hasta la eternidad, manteniendo constancia en su ser a lo largo del pasado, presente y futuro. Él se identifica como el principio y el fin, el alfa y omega. En el acto de la creación, no solo dio origen a todo, sino que también estableció los límites y características del tiempo, donde nosotros nos movemos y que fue definido para nuestro beneficio. Importante señalar que el tiempo no impone limitaciones a Dios. Él designa momentos en diversas fases, entre ellos el Escatón, que refiere a los tiempos finales. Es crucial comprender en qué periodo me estoy moviendo con Dios.
La interacción de Dios en mi vida en este momento y sus propósitos para mi futuro son aspectos esenciales de comprender cómo Él obra en nuestras vidas. El concepto de tiempo kairos, un intervalo temporal, simboliza una oportunidad que no estará disponible de manera indefinida.
¿Cómo está Dios interactuando conmigo en este periodo? ¿Cuáles son sus planes para mi futuro? Comprender la manera en que Dios obra en nuestra vida es fundamental. De este concepto surge el tiempo kairos, un intervalo temporal que se presenta como una oportunidad, la cual no permanecerá disponible de manera indefinida.
Dios nos otorga oportunidades especiales, conocidas como kairos, las cuales con frecuencia no son aprovechadas para cumplir con sus propósitos. Él establece ventanas temporales con objetivos predefinidos que deben alcanzarse. La comprensión de su voluntad se logra a través de su Palabra, la cual debemos estudiar para aprender y crecer, más allá de simplemente leerla. Esta Palabra nos ofrece un testimonio eterno.
Para reconocer los momentos kairos de Dios, es necesario comprender mi propia disciplina, como se evidencia en el caso de Jonás, a quien Dios deseaba enviar a una nación hostil, pero él no comprendía el propósito detrás de esta misión.
Cuando Dios crea el universo, también establece límites y define períodos específicos conocidos como tiempo cronos, que corresponde al tiempo cronológico medido por relojes. En el relato de Génesis, observamos como Dios no solo da origen a todo, sino que también asigna tiempos para la humanidad, revelando gradualmente Su plan (Génesis 18:10-14).
Es fundamental comprender que Dios no está sujeto ni definido por el tiempo. En nuestras circunstancias cotidianas, a menudo percibimos la limitación del tiempo y enfrentamos las dificultades que los años pueden representar, sintiendo que nuestras posibilidades están restringidas.
Cuando Dios le promete a Sara que concebirá un hijo, ella se ríe. Al nacer, le da el nombre de Isaac, que significa «sonrisa», recordando la risa inicial de incredulidad. Dios predice que Sara dará a luz en un año, hablándole en términos del tiempo cronológico humano (cronos). El nombre Isaac, o «sonrisa», se convierte en un constante recordatorio de que para Dios no hay nada imposible. La sugerencia es que, al enfrentar circunstancias desafiantes, podemos cambiar el nombre a «sonrisa» y recordar que para Dios no existen límites. Al mirar hacia atrás y reflexionar sobre cómo Dios nos guio y actuó en nuestras vidas, podemos recordar con una sonrisa que para Él no hay nada imposible.
Los sueños y anhelos depositados por Dios en nuestros corazones, incluso cuando parecen inalcanzables o destinados a otros, son una realidad en constante descubrimiento en nuestra relación con Él.
Dentro del tiempo preestablecido para los seres humanos, hay un principio y un fin. El día en que se cumpla el propósito de Dios en nuestras vidas, partiremos. El libro de Eclesiastés, especialmente en su capítulo 3 que destaca que «todo tiene su tiempo», nos exhorta a reconocer, aceptar y valorar la voluntad de Dios en los diferentes momentos que enfrentamos. A menudo, resistimos escuchar nuevamente Su voz y buscamos culpables en lugar de aceptar y apreciar Su plan.
En nuestros esfuerzos, a veces intentamos abrir puertas por nuestra cuenta, pero se destaca que solo Dios tiene el poder de abrir y cerrar puertas, como se expresa en los Salmos 22:19 y Jeremías 29:7.
El pasaje de Jeremías 25 aborda la deportación y cómo, a pesar de estar dispersos durante 70 años, Dios los acompañaría. Se les instruye a casarse, construir casas y vivir normalmente en este tiempo predeterminado, a pesar de sentirse desanimados y decaídos.
La profecía de Ezequiel 37 se centra en los deportados en el valle de los huesos secos. Profetiza a los huesos secos para que escuchen la Palabra de Jehová, y así, mediante la Palabra de Dios, se levanta un ejército de huesos. Se destaca la importancia del Espíritu de Dios, invocado con las palabras «Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos huesos», para infundir vida en ellos.
La adoración a Dios debe ser auténtica, arraigada en el espíritu y la verdad. Cuando mi espíritu se encuentra decaído, esto afecta mi proximidad con Dios y mi capacidad para comunicarme con Su espíritu. ¿He dejado de buscarlo y adorarlo? ¿He perdido de vista el plan que Dios tiene para mí?
Cuando permito que mi alma tome las riendas, mis intereses se dispersan, especialmente si están guiados por mis emociones. La conexión con Dios va más allá de las emociones y se establece en el espíritu. Dado que el alma puede ser engañosa y perversa, no puedo depositar plena confianza en mis emociones. Dios nos exhorta a cuidar nuestra alma sobre todas las cosas, ya que el corazón puede ser engañoso y el alma puede convertirse en una fábrica de ídolos.
Es esencial examinar qué ocupa el primer lugar en nuestro corazón antes que Dios. ¿Hay algo que ame más que a Dios, algo que tenga mayor peso en mi corazón y alma? Si estoy amando algo con todo mi ser que no es Dios, se convierte en un ídolo al que estoy adorando.
La comunión con Dios debe involucrar la totalidad de mi corazón, alma y fuerzas. Aunque en la vida cotidiana deba tomar decisiones en el tiempo de los hombres, es crucial recordar que Dios nos ha otorgado un espacio de tiempo único, con un propósito personal para cada uno de nosotros.