LOS DIEZ MANDAMIENTOS. PARTE 3 – AMAR A LOS DEMÁS ( Éxodo 20:12-21)
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
Serie: Éxodo «Libertad, rescate y responsabilidad»
Parte 3: Amar a los demás – Éxodo 20: 12-21
Expositor: Pastor Todd Tillinghast
La manera más sencilla de conocer si una sociedad es saludable es viendo cómo se tratan los unos a los otros. Esto nos indica lo que verdaderamente sucede en nuestros corazones cuando interactuamos con los demás.
«Si alguien dice: “Amo a Dios”, pero odia a otro creyente, esa persona es mentirosa, pues, si no amamos a quienes podemos ver, ¿cómo vamos a amar a Dios, a quien no podemos ver? Y él nos ha dado el siguiente mandato: los que aman a Dios deben amar también a sus hermanos creyentes» (1 Juan 4: 20-21).
Jesús dijo que la ley se basa en dos mandamientos: amar a Dios y a los demás. Entonces, ¿de qué manera podemos amar a las personas de la forma en la que Dios nos manda? Veamos a continuación tres niveles en los que podemos amar a las personas.
Niveles de amar a los demás:
Nivel superficial
«Honra a tu padre y a tu madre. Entonces tendrás una vida larga y plena en la tierra que el Señor tu Dios te da.
» No cometas asesinato.
» No cometas adulterio.
No robes (Éxodo 20: 12-15)».
Este nivel superficial se resume en cuatro mandamientos que nos permiten, de forma básica, cumplir con amar al prójimo. Son el requerimiento mínimo que espera Dios de nosotros. Debemos respetar a la autoridad, nuestro compromiso matrimonial, la integridad física de las personas y honrar sus bienes; todo esto se aprende en el hogar. De este modo, podremos desenvolvernos bien en la sociedad.
En Mateo 5: 21-22, Jesús nos muestra lo que Dios dice acerca del quinto mandamiento: El asesinato es una consecuencia del enojo arraigado en el corazón. Aun cuando ese enojo u odio hacia otros no resulte en asesinato, igualmente es pecaminoso porque es lo contrario a lo que Dios nos manda, a amar a nuestro prójimo. Nos refuerza la dificultad que tenemos de cumplir con este mandamiento porque todos hemos albergado enojo y odio.
Más adelante, en Mateo 5: 27-28, Jesús dice que ver lujuriosamente a otra persona también es adulterio, no solo el acto. El deseo impuro en el corazón es adulterio ante Dios. Puesto que Él lo sabe todo y ve nuestros corazones, conoce la intención real de nuestras acciones.
Al comparar los diez mandamientos con el sermón del monte, podemos percibir que los primeros se mantienen en un nivel superficial, mientras que Jesús nos enseña que es mucho más profundo, que es una condición del corazón.
Nivel sombra
«No des falso testimonio contra tu prójimo.
No codicies la casa de tu prójimo. No codicies la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su burro, ni ninguna otra cosa que le pertenezca» (Éxodo 20: 16-17).
A diferencia de los mandamientos mencionados anteriormente, estos dos se centran en las intenciones del corazón. Podríamos pensar que nunca hemos dado falso testimonio contra alguien en un juicio; sin embargo, sí hemos participado en chismes o hemos hablado mal de otros, entonces ya hemos levantado falso testimonio.
Asimismo, la codicia y la envidia son los fundamentos que nos llevan a romper la ley.
Nivel del Salvador
Podemos responder a los diez mandamientos de diferentes maneras:
La respuesta religiosa
La convicción de que jamás se han incumplido los mandamientos.
La frustración de no poder cumplir perfectamente los mandamientos.
La realidad es que no podemos cumplir a cabalidad la ley. No podemos agradar a Dios con nuestras obras ni salvarnos a nosotros mismo, sino que es por la gracia de Él que somos salvos.
La respuesta reductiva
La mentalidad de la sociedad actual es que mientras nuestras acciones no perjudiquen a los demás, están bien. Sin embargo, Dios nos llama a lidiar con lo que está en nuestro corazón (Hebreos 4: 12).
La respuesta de arrepentimiento
Los israelitas decidieron tomar distancia después de escuchar a Dios. Esta es la respuesta adecuada: Debemos temer o tener reverencia a Dios porque no podemos cumplir los mandamientos.
La solución es un mediador. Al igual que Moisés (quien es una tipología de Cristo), Jesús es nuestro intermediario con Dios. Él no vino para abolir la ley, sino que la cumplió perfectamente en nuestro lugar.
«No malinterpreten la razón por la cual he venido. No vine para abolir la ley de Moisés o los escritos de los profetas. Al contrario, vine para cumplir sus propósitos» (Mateo 5:17).
Debemos agradecer a Jesús por permitirnos acceder a Dios Padre. Debemos buscar agradarle con nuestras vidas.