Parte 9 – ENTENDER LA IMPUTACIÓN
Expositor: Pastor Todd Tillinghast
Antes de Cristo, estábamos en nuestros pecados y éramos enemigos de Dios. Pero al recibir su justicia por fe, somos justificados y luego santificados en Cristo.
No hay mayor gozo para el cristiano que entender su doctrina. El libro de Romanos está lleno de verdades profundas, y hoy veremos una esencial: la doctrina de la imputación.
¿Cómo puede un culpable ser declarado inocente? ¿Cómo puede Dios, siendo justo, perdonar al pecador sin dejar de ser justo?
La respuesta está en que Dios no ignoró nuestro pecado, sino que lo cargó sobre Cristo, y a nosotros nos cargó la justicia de Él. Eso es imputación: lo nuestro fue puesto en Él, y lo de Él fue puesto en nosotros.
Esa es la base de nuestra justificación. Y entender esto transforma cómo vivimos y cómo vemos a Dios.
No hay mayor gozo para el creyente que entender su doctrina, porque es ahí donde profundizamos en la obra que Dios ha hecho por nosotros. El libro de Romanos está lleno de verdades doctrinales profundas, y hoy hablaremos de una fundamental: la doctrina de la imputación.
¿Quiénes somos nosotros como creyentes? ¿Cómo alguien culpable puede ser declarado inocente? ¿Cómo es posible que un pecador sea aceptado por un Dios justo y santo?
Imaginemos a una persona culpable ante un juez. El juez puede:
- Otorgar un perdón sin consecuencias, pero comprometería su justicia.
- Cambiar las reglas por amor, pero dejaría de ser confiable.
- Perdonar sin que nadie pague, pero su justicia quedaría insatisfecha.
La única solución justa es esta: que un inocente tome el lugar del culpable, que alguien sin pecado sea declarado culpable para que el culpable pueda ser declarado justo. Eso hizo Dios con Cristo: imputó nuestros pecados a Él, y nos imputó su justicia a nosotros.
En griego, imputar significa “cargar a la cuenta de alguien”. Pensemos en una cuenta bancaria espiritual. En esa economía divina hay tres cuentas: la de Adán, la nuestra y la de Cristo. Lo que Adán hizo fue cargado a nuestra cuenta; lo que nosotros hicimos fue cargado a Cristo, y lo que Cristo hizo es cargado a nosotros.
Así opera la justicia de Dios: sin comprometer su santidad, nos declara justos por medio de la obra perfecta de su Hijo.
En griego, el concepto de imputación significa cargar algo a la cuenta de alguien. Para entenderlo mejor, imaginemos que existen tres cuentas espirituales: la de Adán, la nuestra, y la de Cristo. Entre estas cuentas se realizan tres transferencias clave:
- El pecado de Adán – fue imputado a toda la humanidad. Desde el momento en que nacemos, ya tenemos esta carga en nuestra cuenta. Por eso nacemos bajo condenación y eventualmente morimos: estamos bajo la maldición que trajo el pecado original.
- Nuestros pecados – todos nuestros actos de desobediencia— son transferidos a la cuenta de Cristo. En la cruz, Él cargó no solo con los pecados individuales, sino con el pecado de toda la humanidad.
- La justicia de Cristo es imputada a nosotros. Es decir, su obediencia perfecta y su santidad son acreditadas a nuestra cuenta. Ya no solo somos perdonados, sino también declarados justos ante Dios.
En este proceso, pasamos de estar bajo la jefatura de Adán a estar bajo la jefatura de Cristo. Adán fue el representante de la humanidad y por su pecado todos fuimos declarados culpables. Pero ahora, al creer en Cristo, Él se convierte en nuestro nuevo representante.
Aunque Eva fue la primera en comer del fruto, Adán es considerado responsable, porque él era la cabeza federal —el representante espiritual de su familia. Estaba allí, pero no actuó. Su pecado fue, primero, de omisión. Esa misma pasividad es una tendencia que muchos hombres aún enfrentan hoy.
Así entraron el pecado y la muerte al mundo, como enseña Génesis 3. Por eso nacemos culpables: porque estamos bajo Adán. Y si hubiéramos estado en su lugar, también hubiéramos pecado.
Pero Romanos 5:18-21 nos muestra que por la obediencia de uno —Cristo— muchos serán hechos justos. Así es como alguien culpable puede ser declarado inocente.
Todos nacimos bajo el pecado de Adán, separados de Dios y culpables ante su justicia. Pero en su amor, Dios no comprometió su santidad para salvarnos, sino que proveyó un camino justo: imputó nuestros pecados a Cristo, y nos imputó su justicia a nosotros.
Así pasamos de estar bajo la condenación de Adán a estar bajo la gracia de Cristo. No porque lo merezcamos, sino por pura gracia, mediante la fe.
Esta verdad transforma nuestra identidad: ya no somos enemigos de Dios, sino justificados, perdonados y en proceso de santificación en Cristo.
Romanos 5:21 dice: “Así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo nuestro Señor.”
Entender esta doctrina no solo fortalece nuestra fe, sino que llena el corazón del creyente de gozo, gratitud y esperanza.