CRISTO EN EL ÉXODO, PARTE 7: CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES( Éxodo 29)
Serie: Éxodo: Libertad, rescate y responsabilidad
Título: Cristo en el Éxodo
Parte 7: Consagración de los sacerdotes (Éxodo 29)
Expositor: Pastor Todd Tillinghast
Jesús es el sumo sacerdote y el sacrificio final, el cumplimiento de su sacrificio abolió el sistema sacrificial del Antiguo Testamento. En la actualidad, aquellos que están en Cristo son considerados el tabernáculo de Dios, donde Él reside por medio del Espíritu Santo.
Moisés recibió instrucciones detalladas para la construcción y el funcionamiento del Tabernáculo, comenzando desde su parte más interna ―el lugar santísimo ―hasta la estructura externa. Aunque los seres humanos somos, naturalmente, lo menos santos, exploraremos cómo el sistema sacrificial del tabernáculo apuntaba a Cristo y cómo este principio se aplica a nuestras vidas hoy en día. Además, consideraremos cómo, aunque Cristo es el único sumo sacerdote, los creyentes del Nuevo Testamento también son considerados un sacerdocio real y parte de una nación santa. Discutiremos la consagración de los sacerdotes y el propósito significativo del tabernáculo más allá de ser solo una estructura física.
Tres aspectos claves sobre la consagración de los sacerdotes:
La seriedad del pecado
Dios estableció un orden específico para la ceremonia de consagración de los sacerdotes. Solo el sumo sacerdote, descendiente directo de Aarón, podía ingresar al lugar santísimo una vez al año para ofrecer sacrificios. Este sumo sacerdote era el líder espiritual de toda la nación, representaba tanto al pueblo ante Dios como viceversa. Aunque ya había servido como sacerdote, debía pasar por una ceremonia de consagración antes de asumir su cargo.
A menudo se tiende a elevar a los líderes espirituales en pedestales, considerándolos más santos que otros, pero al igual que el sumo sacerdote, deben consagrarse debido a su humanidad y pecado.
La consagración era detallada porque Dios toma el pecado muy en serio, por lo que los sacerdotes también ofrecían sacrificios por sus propios pecados (Hebreos 5, 1-3). Durante la consagración, debían realizar tres sacrificios: un toro y dos carneros. El toro representaba una ofrenda por el pecado o la culpa, es decir, la culpa propia antes de la de otros. El primer carnero era una ofrenda de consagración, que simbolizaba la muerte de una víctima inocente por los pecados del pueblo. Finalmente, el segundo carnero era una ofrenda de paz.
Estos rituales, como se detallan en Éxodo 29, 35-37, tenían requisitos específicos, lo que demuestra la importancia de la consagración incluso para aquellos con vidas aparentemente ordenadas. Todos los seres humanos somos pecadores y debemos consagrarnos.
El sacrificio de Cristo
Nos movemos desde la complejidad del Antiguo Testamento, con su sistema sacrificial y sus ceremonias de purificación, destinadas a la aceptación de las personas por parte de Dios, hacia el Nuevo Testamento, donde el sacrificio de Jesús cumple con todo este sistema.
Jesús es visto como el sumo sacerdote y la ofrenda de culpa, representó el cumplimiento definitivo de estas prácticas (2 Corintios 5, 21). En ese sentido, Dios cargó el pecado de toda la humanidad sobre Cristo, quien se convirtió en el sacrificio final, válido de una vez y para siempre. Además de ser el sacrificio de culpa o pecado, Cristo también cumplió el papel de sacrificio de consagración para nosotros (Romanos 8, 21). En Cristo somos consagrados y santificados, un proceso que ocurre gradualmente a medida que entregamos nuestras vidas a Él. Asimismo, el sacrificio de Cristo representa un sacrificio de paz, ya que gracias a Él hemos pasado de ser enemigos de Dios a ser considerados sus hijos, lo que nos permite tener paz con Él (Romanos 5, 1).
La santificación de todos los creyentes
El proceso continuo de santificación, aunque ya hemos sido justificados en Cristo, implica que Él sigue perfeccionándonos, ya que nuestra santificación ocurre a través de nuestra unión con Él. Este proceso se ilustra en el Antiguo Testamento con el ritual del sumo sacerdote. De manera similar, cada cristiano sigue este rol y proceso de consagración; por ejemplo, la sangre era aplicada en las manos y los pies del sumo sacerdote, ya que los primeros nos guían hacia el pecado o nos alejan de él. Asimismo, nuestras manos y pies pueden ser utilizados para compartir el evangelio. Es por lo que debemos estar activos y examinarnos constantemente para cumplir la obra que Dios nos ha encomendado.
Aunque la ceremonia del sumo sacerdote se realizaba solo una vez, nos recuerda cómo la salvación y la santificación colaboran. Cristo nos purifica de nuestros pecados; nos limpia. No podemos alcanzar esta pureza por nuestras obras porque todos pecamos diariamente (1 Juan 1, 8).
Aún enfrentamos la lucha contra el pecado, el cual ensucia nuestras vidas debido a la influencia del mundo. Como miembros de la comunidad cristiana, debemos apoyarnos mutuamente porque formamos parte de un sacerdocio de creyentes. Es importante desafiarnos, exhortarnos y rendirnos cuentas unos a otros.